Solsticio de Verano, un año cualquiera de la era vulgar. El los alrededores del Templo se ve a los oficiales camino a un justo retiro.
El Guarda Templo, custodio del límite entre lo profano y lo sagrado, ha clausurado las puertas del templo para que la Luz que hay en él no se apague y todavía brille a la vuelta de los obreros. Su espada cuelga del quicio de la puerta y será el primero que reabra el lugar de trabajo.
El Hospitalario sale apresurado y se lleva consigo el Tronco de la Viuda, no desaprovechará oportunidad para seguir exhortando a la solidaridad de los Hermanos, a la vez que se preocupa de su bienestar y se asegura que no padecen ninguna dificultad. Echará su mirada al mundo exterior y registrará todas aquellas materias que puedan requerir del amparo y el auxilio de los Hijos de la Viuda.
El Maestro de Ceremonias, que dirige la marcha durante los trabajos con precisión imponente, deja su vara erguida en el templo y camina relajado hacia los ritmos dilatados del mundo profano. Se contagiará del desorden para poder volver a instaurar la disciplina y el equilibro cuando el tiempo sea oportuno. Viajar por el damero es un continuo vaivén de blancos y negros continuamente entrelazados que se dan sentido mutuamente. Del desorden, orden. Del desgobierno, disciplina. Del ruido, armonía.
El Experto, guardián de la tradición y práctica del ritual, envaina su espada y se retira al estudio de los antiguos ritos para enriquecer todavía más su conocimiento y poder aportar a la logia esplendor y perfección. La pericia que lo ha de caracterizar no se agota sólo en el nombre o en las especulaciones teóricas recogidas en los libros, sino que ha de transformar su formación en ejecución. Ora et Labora.
El Tesorero es el único oficial que no descansa, continúa su labor aún cuando los obreros disfrutan de su tiempo de reposo. Los gastos se suceden con cadencia inexorable y es crucial mantener a plomo el tesoro para que el edificio siga en pie. El Templo necesita medios humanos y materiales para construirse y es por todos conocido que el dinero, muy a nuestro pesar, nunca duerme.
El Secretario no oculta su alegría al dejar su pluma. Archiva la última plancha en el Libro de Arquitectura y guarda los sellos a buen recaudo. Si la Masonería se caracteriza por la lentitud y el ritmo pausado, la burocracia masónica no podía ser menos, y el Secretario se contagia de ese ritmo tranquilo y sosegado ideal para la época de descanso. Eso sí, ha de mantener siempre un ojo abierto a la llamada del Venerable Maestro para la próxima convocatoria a trabajos, ya que será el primero en anunciar el retorno al taller.
El Orador se quita las gafas y agarra sus libros llenos de anotaciones. Sabe que no tendrá mucho descanso ya que el estudio de ley es perenne y sus recovecos infinitos. Ha de estar siempre presto para adelantarse a cualquier reforma sobrevenida, con un ojo puesto en lo actual y otro en las Constituciones y la tradición. Ecuánime y justo como Salomón, aprovechará cada momento del descanso para cosechar sabiduría y trasladarla en sus discursos a la logia.
El Segundo Vigilante deja pendida la plomada y respira satisfecho. Lleva a cabo el trabajo más generoso y servicial de todos los oficiales, ya que su dedicación principal es velar por los más inexpertos, ser sus ojos y oídos, incluso la voz de aquellos obligados por la regla del silencio. Agotado de la instrucción con los recién llegados, el Segundo Vigilante aprovecha el descanso para ocuparse también de su propia formación, para poder así allanar el camino a sus pupilos, que son la luz que le guía.
El Primer Vigilante merodea entre las columnas y no se marcha muy lejos del templo. Es el segundo de abordo del Venerable y responsable de la rectitud de los Compañeros del oficio. Éstos hacen su propio camino, viajando y descubriendo el mundo, pero tan importante como ir es saber volver, y el Primer Vigilante ha de estar siempre alerta para indicar el Norte a los que se hallen perdidos. Señalar sin dirigir, aconsejar sin condicionar, enseñar y a la vez aprender, permitir explorar más allá sin abandonar el nivel. Espera paciente en su columna el regreso de los Compañeros.
Y, por último, abandona el Templo sin prisa el Venerable Maestro, arquitecto y jefe de obras del edificio en construcción. Último responsable y primer oficial. Cual primus inter pares, es el primero en tener derecho al descanso. Precisa del tiempo de recogimiento para hacer balance de lo avanzado en la obra y planear qué queda por hacer. Qué retos están por asumir y qué frutos se pueden recoger del trabajo realizado. Todos los demás oficiales tienen su vista puesta en el presente, pero el Arquitecto ha de pensar en el futuro mientras reflexiona sobre lo pasado. La silla de Salomón le sirve de acomodo pero no ofrece buen asiento, es una cátedra deliberadamente incómoda. No es un trono, ni una poltrona, pero tampoco una banca cualquiera. Encima, el bonete y la joya del oficio pesan sobre su cabeza porque así se siente la gravedad del compromiso y el deber. El estival es un descanso temporal, ya que retornará a dirigir los trabajos, pero sabe que en algún momento le tocará entregar su legado, sus planos y sus diseños del Templo al próximo Arquitecto, confiando en que les dará continuidad, si es sensato.
Y entonces sí, podrá entregarse al dulce y duradero descanso del Pasado Venerable que, ya retirado de su oficio, contempla el Templo desde la distancia, apoyado sobre el cercado del recinto y exclama: eppur si muove…
«Y sin embargo, (sin mí) se mueve…»